lunes, 22 de diciembre de 2008

Montazer al-Zaidi y la dignidad

Él es. Él es Montazer al-Zaidi. Le bastó un zapato y no miles de bombas, le bastó su dignidad, o la dignidad de todo un pueblo-cultura, violentado por una cultura económica que sólo se mira el ombligo. No quise colocar la foto del agraviado, del inconsecuente George W. Bush, pues él no debería ser el protagonista del hecho que la historia recordará como el justo epílogo de una época nefasta en soberbia. El acto de lanzar un zapato es simple: desanudarse los pasadores, sacar el pie, pesar en la mano el zapato, levantar la mirada y esperar que la puntería, cual David mítico, acierte al Goliat de este presente neoliberal, de libre mercado, y de guerras petroleras y preventivas. David falló, pero hirió al gigante no en su cuerpo, lo hirió en el ego. Los actos simbólicos son más poderosos que un acto concreto, pues estos permanecen en la memoria y es la misma memoria que los convierten en mitos que perdurarán en la historia. De nuevo, no fue una bomba, fue un zapato. No fueron miles de soldados, hijos que no saben por qué pelean; fue un periodista, nunca antes mejor ejercida esta profesión y nunca antes mejor enviado el mensaje. A mis alumnos podría decirles que el emisor es el periodista, o también que fue el canal y que el emisor fue todo el pueblo de Irak, también que el mensaje es único y claro: basta, váyanse, gringo go home, dignidad; que el receptor es múltiple: Bush, las grandes corporaciones, las grandes multinacionales proguerra; el código: un zapato o el acto de lanzar un zapato; el contexto: los años después de la Guerra Fría y la fiebre por el petróleo; el canal: ya lo hemos dicho: el zapato o el periodista, el periodista o el zapato, quiero creer que es el periodista; el referente: es múltiple, el referente es toda la historia presente. Esta historia que nos hace comprender que la comunicación es un acto de reacción y reacción, y que un zapato puede dañar tanto, o más, que una bomba.

Para hablar de referentes, es decir el conocimiento del mundo que nos hace entender con mayor profundidad los actos comunicativos del presente, Ramiro Escobar nos presenta una serie de hechos relacionados con el zapato.
Acaso sin proponérselo, el pasado 15 de diciembre el periodista iraquí Muntazer al-Zaidi se convirtió -al menos en Oriente Medio- en un serio rival de Barack Obama en la carrera hacia el título de ‘El hombre del año’. Su epopéyico gesto de arrojarle a George W. Bush, en pleno corazón de la ‘zona verde’ de Bagdad, un par de zapatos talla 44, lo ha catapultado, al filo de cierre, como uno de los hombres ilustres de este 2008 que fenece.Todo indica que el joven reportero de la cadena Al Bagdadia no tiene objetivos políticos o de figurettismo global. Al parecer, sólo lo movió una auténtica ira santa (según su hermano Dargham, plenamente premeditada), lo que le ha granjeado simpatías en todo el planeta, tan deseoso de ver que alguien, en el nombre del Cielo, exhiba algún gesto simbólico que despida, con merecidos anti-honores, a tan controvertido presidente.Cierta cortesía epitelial llaman a ver este arrebato genuino con distancia pudorosa. Pero no neguemos que a muchos -a millones de personas en el mundo probablemente- el hecho nos ha producido una secreta fruición: Bush, el que pisoteó el derecho internacional, el que pasó por encima de las Naciones Unidas, el que no se quitó sus No. 43 para entrar violentamente en Bagdad, finalmente humillado por un par de tabas.

Curiosamente, el episodio trae a la memoria otro momento en el cual el calzado humano puso al descubierto el discutible estilo del gobierno más poderoso del mundo. En enero del 2007, Paul Wolfowitz, una de las eminencias grises de la cofradía gobernante ahora saliente, mostró sus calcetines agujereados al tener que entrar descalzo en una mezquita turca. Hizo uno de los papelones de ese año, por culpa de un par de zapatos, justamente.

Mucho antes, en 1952, se dice que el candidato demócrata Adlai Stevenson perdió la elección porque Bill Gallagher, un sagaz fotógrafo, le tomó una foto en la cual su calzado derecho exhibía, impunemente, un notorio orificio en la planta. Stevenson, en efecto, fue derrotado por ‘Ike’ Eisenhower y Gallagher ganó el Pulitzer con la instantánea. No hay que despreciar, por eso, la trascendencia de un zapato. Roto o no, puede hacer historia.

También viene a cuento recordar el arrebato de Nikita Kruschev en la Asamblea General de la ONU de 1960, cuando el representante filipino lo acusó de negarse a la ‘desnuclearización’ del mundo. El dirigente soviético golpeó su escaño con un zapato, causando la sorpresa general. En el caso iraquí, paradójicamente, es el mandatario de otra gran potencia quien, en vez de manipular un zapato, tiene que esquivarlo raudamente.

Hay que reconocer que, en tan memorable momento, Bush sacó de algún sitio sus dormidos reflejos de ex soldado, pero ¿qué hubiera pasado si, acaso para felicidad de algunos devotos del antiimperialismo más furioso, al-Zaidi daba en el blanco? Quizás la algazara global hoy sería menor, quizás se hubiera pensado que, mucho mejor, hubiera sido un pastel, al estilo de Moe atacando sin piedad al indefenso y desprevenido Curlie.

Porque un zapato, sobre todo de esa talla, le hubiera causado cierto daño al mandatario, haciéndolo sangrar incluso, lo que hubiera cargado de dramatismo esta especie de gag geopolítico. Quedémonos entonces con lo que ocurrió, pero a la vez saquémonos los zapatos en son de protesta por los presuntos varios años (hasta 15, se afirma) de prisión que podrían darle al colega, por el simple hecho de haber expresado su rabia con los pies.

Está bien que sea una descortesía. De acuerdo con que no se debe tratar así a un presidente de visita, por extraviado que sea. Pero, ¿meter en prisión, durante más de un lustro, a esta especie de ícono de la ira planetaria contra unas políticas que pusieron de cabeza al mundo durante 8 años? Reporteros sin Fronteras ha pedido clemencia para al-Zaidi, aunque ha reconocido que la única arma de un reportero “son sus palabras”.

Suscribo esa afirmación, pero si la condena se produce se comprobará, precisamente, que, en ocasiones, las palabras son inútiles. Y que, dependiendo del poder que se tiene, resulta ‘lícito’ no sólo tirar zapatos sino, además, bombardear con ‘efectos colaterales’, lanzar ofensivas poco quirúrgicas y, encima, hacer malabarismos verbales y conceptuales para justificarlo. En suma: pisotear, con ganas, la ética y los derechos más elementales.

Ojalá el proceso anti-zapatos no avance porque, sino, tendremos que sacar de la tumba a Maxwell Smart para que nos ayude. Si un poderoso puede agarrar a patadas a un ciudadano (acá en Lima lo hemos visto en vivo), o lanzar misiles que dejarán en muletas a miles de personas, y no pasa nada; mientras que un reportero, por un gesto brusco pero sin consecuencias, va preso, es que este mundo está tristemente descalzo y sin rumbo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Le decieron lanzar una bomba.