sábado, 27 de diciembre de 2008

CUENTO DE FERNANDO IWASAKI CAUTI

He conversado poco con Fernando. Un par de veces en Madrid y algunas otras en Lima. Recuerdo, eso sí, una noche después de una conversación en una Feria del Libro en el Jockey Plaza, cuando me ofrecí a llevarlo a casa de unos parientes en donde estaba alojado en los pocos días que iba estar por aquí. Fernando estaba ubicadísimo en cada calle y me iba aconsejando sobre los atajos que debía tomar para llegar a su destino allá por Surco. Nos acompañaba Jorge Eduardo Benavides. Los dos vivían en Madrid desde los años de la pera. Y yo, claro, como siempre perdido en mi propia ciudad iba escuchando la descripción y la historia de cada calle que ambos me hacían. La moraleja alcohólica fue que esta ciudad no siempre te gusta, pero se te pega en la memoria para siempre.
Fernando me envía un cuento para la antología de escritores peruanos contemporáneos. Como siempre hay que enlazarse al blog. Por lo pronto, las gracias de este escribidor y los invito a leerlo.


LOS NAIPES DEL TAHÚR

«En España escribí dos libros. Uno era una colección de ensayos que había titulado, ahora me pregunto por qué, Los naipes del tahúr. Eran ensayos literarios y políticos... Al no encontrar editor, destruí el manuscrito tan pronto regresé a Buenos Aires»

Jorge Luis Borges, Un ensayo autobiográfico

ABELARDO LINARES arrellanó su enteca humanidad frente a un ordenador donde parpadeaba fosforescente un mensaje turbador: «La flota invasora se acerca. Presione intro para destruir la Tierra». Después de someter imperios, conquistar el Nuevo Mundo y desembarcar en Normandía, a nadie le sorprendió que Abelardo explorara el espacio en busca de emociones más fuertes. “Hay que ver lo listos que son los puñeteros marcianos”, se lamentaba sonriendo.

La librería tenía una animación especial aquella noche, pues todos habíamos salido hechizados de la conferencia que Abelardo leyó en la Diputación de Sevilla por el Centenario de Borges. En realidad la charla fue más bien breve. Abelardo habló de un olvidado escritor argentino, Manuel Forcada Cabanellas, quien había vivido en Sevilla entre 1919 y 1920, donde asistió al nacimiento del Ultraísmo y trabó amistad con el joven Borges. Si no recuerdo mal estábamos José María Conget, Vicente Tortajada, Pepe Serrallé, Alfredo Valenzuela y yo. Todos queríamos seguir hablando de Forcada Cabanellas, pero Abelardo nos entretuvo en un bar hasta que García Martín se marchó a su hotel. Era una madrugada de enero y en la librería hacía tanto frío como en la calle.

Mientras hojeábamos curiosos el libro de Forcada Cabanellas –De la vida literaria. Editorial Ciencia (Rosario, 1941)-, Abelardo se concentró una vez más en repeler la inminente invasión alienígena. No fue difícil encontrar los capítulos dedicados a las tertulias sevillanas de principios de siglo, las veladas literarias de los Jardines de Murillo y la jocosa anécdota en la que un Borges adolescente y gamberro apedreó la casa del poeta Luis Montoto -Cronista Oficial de Sevilla y pregonero de su Semana Santa- en compañía de Isaac del Vando Villar y Adriano del Valle. Pero el pasaje que más nos interesaba era el que Forcada Cabanellas dedicaba al baúl que perdió cuando huyó de España al estallar la guerra civil...

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